¿Te has encontrado con personas que desearían hacer cosas distintas a las que hacen en el trabajo o en la vida diaria? Si eres una de ellas, no te sientas culpable. Tal parece que esa necesidad por hacer cosas diferentes, conocer nuevas personas y lugares, explorar habilidades y talentos, es propia de nuestra naturaleza.
Es curioso, que a pesar de tener un sueldo seguro, prestaciones y oportunidades de desarrollo, algo nos hace falta. Mientras pasan las horas, los días y los años, algo no deja de gritarnos.
Desde el día en que nuestra voz interior descubrió la posibilidad de manifestarse, no ha hecho otra cosa que resonar en nuestra cabeza y en nuestro corazón para inquietarnos. Es evidente que no sabe guardar silencio.
Quienes están satisfechos con su rutina actual no presentan este tipo de problemas. Encuentran en su empleo la esperanza de escalar peldaños y se dedican a esperar la gran oportunidad. Otros llegan a estancarse por culpa de miedos y falsas barreras que les impiden avanzar.
¿De dónde viene ese descontento e insatisfacción?
Me atrevo a pensar que una de las razones está relacionada con la capacidad de ver más allá de lo que permiten los ojos. Es el poder de soñar e imaginar otras realidades lo que nos inspira a desear algo más. Porque tal como lo conocemos, el mundo nos resulta insuficiente.
Ya lo hacían nuestros antepasados al mudar de caverna, al buscar nuevas tierras, explorar, descubrir e inventar nuevas posibilidades. Sin embargo, el estilo de vida de las grandes urbes nos encerró entre las paredes de las oficinas, los trayectos rutinarios de ida y vuelta. Y aunque hemos intentado mantenernos fieles a la domesticación, cada día explotan desde nuestra naturaleza nuevas ideas, sueños y deseos.
De no atrevernos a tomar decisiones, corremos el riesgo de hacernos viejos y encontrar en nuestras arrugas la desdicha e insatisfacción de la vida.